miércoles, 3 de enero de 2018

SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT

Fiesta: 7 de enero




Nació en Peñafort de Cataluña, España, entre el 1175 y el 1180. Siempre se destacó por su gran habilidad en los estudios, a los veinte años enseñaba filosofía en Barcelona, y a los treinta años, recién graduado, enseñaba jurisprudencia en Bolonia. El sueldo que obtenía por ello lo gastaba todo en socorrer a los necesitados.
Tomó el hábito de santo Domingo (predicadores o dominicos) a la edad de 47 años.  En 1223 colabora con san Pedro Nolasco, de quien era confesor, y con el rey Jaime I de Aragón en la fundación de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, para liberar a los cristianos cautivos y esclavizados por los islamitas. San Raimundo de Peñafort colabora en la redacción de las Constituciones de la nueva Orden. Posteriormente es invitado por Gregorio IX a Roma para trabajar el "Corpus Decretalium", es decir, el Código de Derecho Canónico Medieval.
Dieciséis años después, en 1238, fue nombrado Superior General de los Dominicos, y durante dos años visitó a pie los conventos de la Orden. Conoció a santo Tomás de Aquino y le encargó un escrito, la “Summa contra gentes”.
En 1240 presentó su renuncia y a los setenta años de edad pudo regresar a la enseñanza y a la pastoral. A pedido de sus superiores escribió una colección de casos de conciencia para uso de los confesores y moralistas.
Realizó viajes por diferentes regiones españolas, inculcando lecciones espirituales para lograr la total transformación del pueblo contaminado por las costumbres de los moros. Fue confesor del Papa y del rey Santiago de Aragón. Al caer enfermo, el santo regresó a Barcelona, donde continuó con su vida acética y labor apostólica, ayudando a los pobres, luchando en contra de la herejía. También fundó un convento en Túnez y otro en Murcia entre los moros. El santo entregó su alma a Dios a la edad de 100 años, en 1275, y fue canonizado en 1601.
La tradición cuenta que en una oportunidad el rey pidió a Raimundo que viajara a la isla de Mallorca para trabajar contra las herejías. El santo aceptó, pero a mitad de viaje se dio cuenta que era una trampa. Entonces quiso retornar a Barcelona y el rey prohibió que lo regresaran. Raimundo no titubeó, puso su manto en el mar, se subió en él, y milagrosamente su manto lo transportó como un barco a vela, sano y salvo hasta Barcelona.

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